Por: Itzel Guadalupe Ortega Cota
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Llegué aquel día a la primaria, tempranito. Así era siempre porque mi papá tenía que dejarme antes de irse a trabajar.
-¡Que te vaya bien, mi niña! ¡Te quiero! – me dijo mientras me daba un beso en la frente y una palmadita en el hombro, como dándome un pequeño impulso para avanzar hacia la entrada. Caminé hasta el salón rodando mi mochila de llantitas, puse mis cosas debajo de la mesita de mi pupitre y me senté a esperar a que alguien más llegara.
Saqué uno de mis cuadernos, mi cajita de colores y me puse a tirar líneas en una de las últimas hojas. Lo que más me gustaba dibujar eran plantas y flores. Esa ocasión empecé a dibujar una casita en medio del campo, junto a un río y con unas bugambilias cerca de la entrada.
Estaba muy entretenida en mi mundo. Mientras le daba vida a mi libreta escuchaba llegar a otros compañeros y compañeras y poco a poco el silencio del aula se iba perdiendo entre risas y platicas. En eso estaba cuando llegó Marifer, una de las niñas con las que me juntaba en el recreo.
-¡Está muy bonito tu dibujo, como siempre! – me dijo sonriendo.
-Gracias – le contesté. Si quieres te lo puedo regalar cuando lo termine.
-¿En serio? – me preguntó muy sorprendida.
- Sí, claro. La verdad es que a mí no me gusta tanto.
- ¿Qué? ¿Por qué no? Si está muy lindo.
- No lo sé, yo creo que no es la gran cosa pero trato de mejorar con la …
Un barullo general de todo el mundo corriendo hacia su lugar dio por terminada nuestra conversación al mismo tiempo que la maestra cruzaba la puerta y así transcurrió toda la mañana, como cualquier otro día de clases, hasta que llegó el recreo.
Salí del salón y ya estaban las otras niñas esperándome para irnos a sentar a algún lado juntas. Nuestro grupo lo formábamos cuatro: Ana, una chica morena muy delgada y la más alta del grupo, quién acababa de cambiarse de escuela ese ciclo escolar por lo que no teníamos mucho conociéndola pero era muy agradable y siempre nos quería ayudar en todo. Ximena, una chaparrita de ojos grandotes y muy simpática, a quien yo consideraba mi mejor amiga desde el primer grado, para mí era fácil socializar con ella puesto que hablaba hasta por los codos, a diferencia de mí, a quién siempre tenían que sacarme las palabras contaditas. Luego estaba Marifer, de rasgos finos y cabellos lacios, a quien yo admiraba mucho por ser tan intrépida, siempre decía lo que quería decir y nunca se dejaba intimidar por nadie, ni siquiera por los niños. Y por último yo, quien con dos trenzas y unos cachetes muy rosados, era la más tímida y tranquila del grupo pero no por eso menos querida.
Caminamos juntas hasta una banquita que quedaba cerca de la cancha, a mí no me gustaba mucho sentarme ahí porque en los recesos los niños se ponían a jugar futbol y me daba miedo que fueran a darnos un balonazo.
Cada una sacó su almuerzo y mientras Ximena nos platicaba sobre las travesuras de su hermanito, Marifer le daba mordiscos a su sándwich muy apresuradamente.
-¿Por qué comes tan rápido? ¿Vas a irte a jugar con los niños otra vez, verdad? – le pregunto Ana inquisidora.
-Sí, lo siento, es que Mario me pidió que estuviera en su equipo porque dice que juego bien de delantera.
-¿Otra vez?- preguntó Ximena, algo molesta porque le habían interrumpido la historia.
-A nosotras ya no nos quieres - le dije en un tono de broma pero con un poco de verdad escondida.
Habían pasado dos semanas desde la primera vez que Marifer jugó futbol con ellos y lo había hecho tan bien que ahora se la pasaban buscándola todo el tiempo. Increíble. Marifer había logrado algo que nunca pensé que fuera posible; atravesar la línea divisoria entre ellos y nosotras sin ser objeto de burla o rechazo, ¡Era aplaudida y valorada! Y no es que yo sintiera deseos de hacer lo mismo, pero he de admitir que sí sentía algo de celos al ver que ella ya no pasaba tanto tiempo con nosotras. En fin, le dio la última mordida a su sándwich y corrió a la cancha con ellos.
Así pasaron otras dos semanas en las que Marifer nos procuraba cada vez menos e incluso se portaba más grosera y mandona con nosotras, se sentía superior, nos corregía y llevaba la contraria en todo, al principio tratábamos de ignorar sus actitudes pero se estaba volviendo muy difícil y la tensión entre nosotras también iba en aumento, hasta el día en que todo terminó.
Un recreo como cualquier otro, Ximena y Ana estaban hablando de cómo habían resuelto unos problemas de matemáticas que nos habían dejado de tarea pero yo estaba más ocupada mirando el juego en el que Marifer era partícipe. Ella como siempre estaba muy metida en el juego, corría, se barría, hacia magia con los pies, en verdad era admirable. Entonces Mateo, del equipo contrario, llevaba la pelota hacia la portería por la orilla de la cancha, intentó hacer un pase a Fede, que estaba más cerca pero Marifer se atravesó y sin querer, terminó ayudando a anotar un tremendo autogol. Los abucheos por supuesto, no se hicieron esperar. La vi llevarse las manos a la cara y entre los gritos creo haber escuchado alguno que otro insulto. Sentí mi corazón apachurrarse. Ana y Ximena, por su parte, se habían perdido de lo sucedido hasta que empezó el alboroto y juntas vimos a Marifer correr hasta el baño, seguro no quería que la vieran llorar, mostrarle debilidad a los niños solo te volvía más vulnerable. Sin pensarlo nos dirigimos hacia el baño también.
La alcanzamos antes de que se metiera a uno de los cubículos, nos miró con los ojos llenos de agua. Sin decir una palabra, nos dimos un abrazo entre las cuatro hasta que Marifer se calmó. Entonces recordé algo. Fui corriendo hasta el salón y al volver con ellas le entregué a Marifer el dibujo prometido.
-Había querido dártelo desde el otro día, pero no estaba terminado y además no sabía si todavía lo ibas a querer –le dije algo apenada.
-¡Sofi, muchas gracias! – exclamó entre algunos sollozos que todavía le quedaban.
Hubo un silencio algo incómodo, entonces Marifer siguió hablando …
-Sé que estos días casi no me junté con ustedes y además me porté muy mal. No se merecían ese trato, ¿Me disculpan?
Asentimos y nos abrazamos de nuevo.
Ese día aprendimos algo grande. En una hoja de cuaderno escribimos que cada vez que nos acercáramos a los niños tendríamos cuidado, porque mientras los ayudes pueden tratarte bien y aceptarte en su manada, pero en cuanto tu presencia les signifique una pérdida, no se lo van a pensar dos veces en hacerte a un lado. Además eso puede alejarte de tus verdaderas amigas, quienes realmente van a estar ahí siempre. Al terminar, lo firmamos cada una con un color diferente para sellar nuestro
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