Por: Yaret Sarai Rangel García
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Ellas, con sus colores, olores, iluminadas, valientes, fuertes, silenciosas a expensas de los sentimientos, humanas en una tarea inhumana, la guerra. Casi un millón de mujeres combatieron en las filas del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial y Svetlana Alexiévich prestigiosa periodista y escritora bielorrusa ofreció sus letras en una obra polifónica que le otorgó el Nobel de Literatura 2015 por sus más de 300 páginas del libro “La Guerra No Tiene Rostro de Mujer”. Voces de francotiradoras, aviadoras, conductoras de tanques, enfermeras, sargentos, capitán médico, mujeres.
Mujeres que afrontaron la realidad de lleno, cara a cara, sin fantasía, <<al frente>> de la suciedad, de la muerte, del frío, del hambre y de la violencia sexual; nadie quería morir pero indudablemente alguien tenía que matar. Aquellas que desearon quedarse en el ejército dieron un paso al frente, convirtiéndose una sola durante el combate. Dejaron de leer sobre el amor y se levantaron para la mortal batalla. ¡Combatieron! Todas ellas defendieron la Patria.
La guerra no tiene rostro de mujer no es un libro de bolsillo es un testimonio sin blindaje, cada caso desangra, es un combate de mujeres que no regresaron a casa, de mujeres que se lanzaron al ataque, al enemigo que no tuvo piedad y les lanzó fuego con ametralladoras. Cientos, miles de heridas y caídas, no hubo cese al fuego, sin embargo, esas mujeres saltaron de las trincheras unas tras otras para curar a los heridos. La guerra no tiene rostro de mujer es fuerza, es amor de niñas, mujeres de 16, 18 o 20 años que salvaron en innumerables ocasiones a los soldados, a sus hermanos. Sí, si había amor en la guerra, esas mujeres eran pandilla, se defendían juntas; sabían cuando morirían que regalaban poemas antes de los certeros prodigios. Pero, la guerra no tiene rostro de mujer también es silencio, porque esas mujeres perdieron las lágrimas, perdieron el don de llorar, ese don tan de mujeres…
Ellas, enseñan el poder de los árboles, de los pájaros, del sol, de la tierra, de la belleza natural del cuerpo humano, ellas iluminaron la senda de los heridos, cogieron sus lágrimas, los protegieron, esas mujeres los protegieron. Los amaron.
En los corazones de las francotiradoras, aviadoras, telefonistas, operadoras, guerrilleras, tenientes de guardia, pilotos, enfermeras, conductoras, técnicas sanitarias, mecánicas, tanquistas, había primavera. ¡Llegó la victoria! Y después de que esas muchachas del frente pasaron tantas penas su óptica es visible; cada minuto cuenta, luchas arrastras o mueres desangrado.
Queridas, esas mujeres dejaron una inquebrantable razón del por qué la guerra no tiene rostro de mujer, porque en medio del combate al estar muriendo dos, es imposible tener un corazón para el odio y otro para el amor.
Sólo hay un corazón.
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