Itzel Guadalupe Ortega Cota
Abro los ojos y miro a la nada, al menos así se siente, borroso.
Cuando empezó la cuarentena yo estaba en clases, esto me mantenía ocupada la mayoría del tiempo, pero ahora que terminó el semestre la vida parece infinita.
Abro la ventana. Me gustaría ser aire para circular libremente por donde se me diera la gana, un lujo que ahora ya nadie se puede dar. Inhalo profundo, como si de esa manera pudiera transportarme afuera. Acuesto mi cuerpo boca arriba para disfrutar los rayitos de luz que atraviesan mi soledad junto con el abrazo frío del piso, lo mejor de dos mundos. Extraño las caricias del sol de afuera, éstas son lindas, sin embargo no son lo mismo.
Es chistoso, antes me la pasaba deseando tener más tiempo libre para hacer un montón de cosas mundanas, ahora que lo tengo me apetece pensar lo mismo que un hongo cualquier día de la semana.
Tiempo. Antes esa palabra era importante, ahora solo la percibo evaporarse entre mis dedos, como la arena de los relojes de antaño.
Veo la pantalla de mi teléfono, las tres de la tarde. Hora de comer. Una risita burlona me atraviesa el rostro. ¿Hora de comer? ¿Quién inventó eso? No tengo hambre. Ni de comida ni de ninguna otra cosa.
Muevo mi espalda de lugar buscando otro pedazo de suelo frío.
Miro las nubes. Suspiro en grande. Nunca les encuentro forma. No entiendo a la gente que sí, creo que ven muchas películas.
No tengo ánimos de mirar las redes sociales, en todos lados hay publicaciones acerca de la enfermedad de moda y los cuidados que se deben tener.
Es extraña la importancia que la higiene ha adquirido. Pensándolo mejor, las prioridades de la sociedad son siempre muy extrañas.
"Lavarse las manos es importante" ponen en todos los medios de comunicación. Claro que es algo importante, por eso la gente se la pasa lavándose las manos.
Amigos que presionan el botón del dispensador de jabón líquido cuando uno de sus conocidos les manda imágenes pornográficas, fotos que ni son de mujeres, solo de sus pechos.
Señores que frotan sus palmas cada vez que un tipo en el camión me toca el trasero “sin querer”.
Administrativos que intercalan sus dedos unos con otros cada vez que un grupo de compañeras reporta el acoso de un profesor.
Grandes corporativos que se tallan hasta las uñas colocando únicamente a hombres en sus puestos más altos, quienes gracias a su posición, coaccionan a sus secretarias para que se acuesten con ellos.
Gobiernos que hacen mucha espuma, dejando libres a violadores y maltratadores a las pocas horas de ser detenidos.
Sociedades que abren la llave del agua y se enjuagan culpando a todas las víctimas de feminicidio, juzgándolas por su edad, su ropa o la hora a la que salen, como si cualquiera de esas cosas justificara a sus asesinos.
¿Lavarse las manos? No me interesa que lo hagan, al contrario, eso es justamente lo que deberían dejar de hacer.
Yo ya no quiero lavarme las manos, yo solo quiero salir, volar.
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