Por Isabel Fernández Lecona
Qué año más raro. Pareciera que fue sacado directamente de una novela de ciencia ficción. Pasó increíblemente rápido y al mismo tiempo, exhaustivamente lento. En resumidas cuentas, fue un año de mucha incertidumbre, miedo, aislamiento y de enfrentarnos duramente a nuestros propios pensamientos y emociones. Como siempre ocurre, para unos fue peor que para otros, sin embargo, se percibe un deseo colectivo de querer terminar el año lo más pronto posible.
Estas fiestas decembrinas serán peculiares. Nos sentaremos rodeados de nuestra familia y olvidaremos, aunque sea por un momento, toda la angustia de los últimos meses. Para mí, como para muchos (as), no será la primera vez que estas fechas serán algo distintas. Hace un tiempo, perdí a mi papá y a mi abuela, la madre de mi mamá, el mismo año. Mi familia estaba profundamente triste y dolida y sin ganas de celebrar. Aún así, nos juntamos para cenar y pasamos Noche Buena juntos. Recuerdo esa Navidad como una de las más bonitas y no había comprendido la razón de eso hasta hace relativamente poco.
Resulta que hay una regla que no está escrita y que pareciera que es casi un mandamiento; una regla que nadie cuestiona y muchas veces pasa desapercibida: la responsabilidad de las celebraciones en diciembre recae casi por completo en las madres, abuelas, tías… en fin, en las mujeres de la casa. Ellas no sólo se encargan de la cena, las decoraciones, los regalos, las bebidas, los juegos y las posadas, también son las responsables de crear una atmósfera mágica y maravillosa, incluso si esa es una realidad poco cercana a la de la familia.
Con problemas económicos, familias separadas, pérdidas, pleitos, malos ratos, enfermedades e incluso muertes, las madres logran construir momentos valiosos en los que nuestros corazones se sienten cálidos y rodeados de cariño. Es difícil preparar un pavo o un bacalao, pero es aún más difícil hacer que parezca que todo está bien, que no tenemos de qué preocuparnos. Aún con el corazón roto, las madres son capaces de poner primero a la familia y llevar a cabo las obligaciones impuestas a ellas en estas celebraciones.
Lo verdaderamente increíble es que hacen que parezca fácil, hacen que parezca que todo ocurre sin el menor esfuerzo.
Esta gran tarea la han asumido las madres en todos los países y de todas las culturas. Generación tras generación han cargado con esta responsabilidad sin queja alguna y es tiempo de reconocerlo y agradecerlo.
Si bien lo que hemos vivido este año no es parecido a nada de lo que nos ha tocado vivir hasta el momento, tengamos por seguro que estas fiestas decembrinas lo serán. Gracias madres por regalarnos una vez más un pedacito de su corazón y sucoraje. Gracias por encargarse de que al menos esta parte del año sea un poco más normal que el resto. Y gracias por otro diciembre mágico.
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