Por: Paola Ramos
10 de mayo. Despertó con el corazón inflamado de alegría. A su lado, Pedro, su marido, seguía dormido. Se quedó en cama unos minutos, pero recordó que Daniela despertaría pronto y debía darle de comer, así que se levantó para empezar antes los deberes: barrer, trapear, planchar. Eran 10:25 cuando Pedro fue a la cocina. El desayuno ya estaba y Daniela se encontraba ya bañada y en la carriola a lado de su mamá. -Flaca, se te pasaron los huevos, pero bueno- dijo cuando vio su plato sobre la mesa. Se acercó a ella y le dio un beso en la frente. - Feliz día de las madres, preciosa. Hoy es tu día, disfrútalo. En la noche te daré un detallito. Su corazón palpitó fuerte. Desde la llegada de Daniela sentía que no tenia ni un momento para ella; el dejar su trabajo y dedicarse completamente a la casa era un cambio al que aún no se acostumbraba. Pero Pedro lo sabía, la comprendía, sabía lo asfixiante que era, en una ocasión ya lo habían comentado y Pedro había prometido que ayudaría más en la casa los fines de semana, pero justo al siguiente fin de semana fue el día del trabajo. “Flaca, uno debe de descansar después de tanta chinga”. Se preguntó qué sería el regalo que le tenía su marido, seguro que era una cita como las que tenían antes o un día donde pudiera descansar y sentirse ella misma de nuevo. A la 1:30 pm estaban los tres listos para salir, irían a casa de su mamá porque la mamá de Pedro no se encontraba en la ciudad, así que no debían dividir el día a la mitad. Llegaron 2:37 pm, Pedro se notaba molesto y Daniela seguía dormida. Sabía que su enojo era por la ruta que habían tomado, pues ella la había propuesto sin mirar el mapa de tráfico. Entró a la casa, salió por la cocina su madre con el mandil puesto sobre su vestido que seguramente había estrenado ese día. “Feliz día de las madres”, le dijo. Abrazó con fuerza la vieja figura de amor que la miraba con ojos cansados. Por primera vez se percató que nunca había visto a su madre sin aquel mandil antes de las 3 pm. Fue un pensamiento que cruzó su cabeza aleatoriamente. Al llegar a la sala, sus dos cuñados la felicitaron, así como sus hermanas y su padre. -¿Por qué llegaron tan tarde? -Ya ves mi flaca que me hizo tomar una ruta con un chingo de tráfico. – respondió Pedro con un dejo de molestia mientras abría una cerveza. -Hija, vamos a comer ya. – había dicho su madre a su espalda. Inmediatamente fue a la cocina, ayudó a una de sus hermanas con la cazuela de frijoles y después a su mamá a servir las enchiladas. Tardaron alrededor de 20 minutos en poner la mesa, servirles a sus respectivos maridos y después, servirse ellas. Durante la comida la conversación giró a cómo les iba con la niña, cómo se estaban adaptando, etc. -Te ves cansada, cuñada. -Solo un poco, Ramiro. -Creí que descansarías más ahora que ya no te levantabas temprano para el trabajo – había dicho una de sus hermanas. -No, hasta parece que trabajo más. Las risas se hicieron presentes con tonos que jamás había notado: su padre, sus cuñados y Pedro reían con cierta tranquilidad, como si les hubieran contado un evento gracioso que le había sucedido a un amigo hace tiempo; mientras, la risa de su madre se escuchaba cansada y triste, como si entendiera el dolor que había detrás de aquellas palabras, aquel que ella apenas entendía en su joven vida de madre. Y sus dos hermanas, unas risas nerviosas, como si hablaran de un futuro cercano. Cuando las risas se callaron, se percató que mantenía una sonrisa forzada en su rostro. Sus mejillas se sonrojaron, su corazón palpitó fuerte. El día había sido igual a cualquier visita en casa de sus papás, sentía que no era lo que esperaba, pero el regalo de Pedro cambiaría todo. -Nada más dejo a la niña en su cuna y... -No te preocupes flaca, tú tráela. – Su confusión aumentó. Pedro la llevó escaleras arriba, a la azotea, pasó a Daniela a sus brazos y con el otro, le cubrió los ojos. Al destaparse, vio frente a ella una lavadora. Recordaba que la había visto la ultima vez que fueron a la plaza, y le había dicho a Pedro que parecía muy útil por su nuevo sistema de centrifugado, pero había sido tan solo un comentario cualquiera, como los que le siguieron a ese. -Sabia que te gustaría, flaca, te vi bien emocionada cuando me hablaste de ella la semana pasada. Ahora sí ya vas a poder lavar más rápido, suertudota. – le dio un beso en la mejilla – bueno, mañana la acomodamos, toma a esta princesa que ya va a empezar el partido del chivas. – Al salir, volteó una última vez – flaca, y na ́mas no hagas mucho ruido cuando te acuestes, no sé a que hora se vaya a dormir la princesa y ya ves que luego me despiertas ¿no? Bajó en silencio al cuarto de la niña y comenzó a mecerla. De pronto entendió lo que significaría su vida de ahora en más. Ahora entendía las palabras de su mamá, entendía por qué ser madre era el acto de amor más grande que existe: le das tu vida a alguien más. Entendió las noches que su madre pasó cuidándola, y las que pasaría ella con Daniela; entendió por qué había sido un día común. Así sería de ahora en adelante, tan solo el trabajo que esconden tras la sonrisa las madres, ¿Sería realmente feliz ella? Ser mamá es el acto más grande de amor, se repitió. Entendía sus palabras como sinónimo de sacrificio, el sufrimiento implícito que nadie se atreve a contar por temor a ser juzgada como mala madre. Se dio cuenta que en todo el día no había escuchado su nombre, había perdido completamente su identidad que por años había construido. Ahora era mamá, hija, hermana, esposa, cuñada. Ni siquiera hacía falta mencionarla, como en esta historia, porque ahora era un ser conformado por el rol que jugaba. Daniela se había dormido. Ella cerró los ojos, se limpió las lagrimas y se quedó en la mecedora a lado de la cuna porque no quería regresar y despertar a Pedro. Paola Ramos 22 años, promotora de la salud mental, estudiante del feminismo, el cine y la literatura. TW: p98rr
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