Por. Keith López Nares
Más de una vez hemos escuchado o leído que una gran cantidad de casos de abuso o violencia sexual no se castigan o no se denuncian, por ejemplo, de acuerdo con la organización México Evalúa, entre julio y diciembre de 2019, el 99.7% de casos de esta índole no fueron denunciados, asimismo, señala que, aunque se denuncien, la mayoría de las veces no se inicia una carpeta de investigación por ese delito.
De igual forma, México Evalúa usando datos de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) para su edición de diciembre de 2019, demostró que cuatro de cada diez mujeres mayores de 18 años sufrieron algún tipo de violencia sexual durante el segundo semestre de 2019.
¿Qué demuestra lo anterior? Que la va violencia sexual es un mal cuyo común denominador no siempre es evidente: es producto de la socialización femenina que dicta a las mujeres tolerar y deber de acceder a realizar prácticas sexuales aun cuando no exista deseo de hacerlo, todo ello estrechamente relacionado con el consentimiento como una forma de acceder y el deseo como el gusto por llevarlo a cabo.
Pero ¿qué es el consentimiento? ¿qué tiene que ver el deseo?
En términos sencillos, el consentimiento en el plano sexual es simplemente acceder a realizar este acto (los hombres perciben “si” la mayoría de las veces sin que lo hayamos dicho) por presión o por gusto. Por otro lado, el deseo se entiende como la atracción por alguien, así como la apetencia por llevar a cabo la práctica sexual.
Entendiendo lo anterior, hay que preguntarnos ¿cuántas veces en nuestra vida hemos consentido llevar a cabo una práctica sexual sin desearla? las relaciones sexo afectivas con varones ejercidas con consentimiento, pero sin deseo son las que gestan ese 99.7% de casos de violencia sexual que se mantiene casi invisible.
¿Cuándo y quién nos enseñó a consentir? Desde niñas se nos enseña la sumisión y amabilidad porque es característico de las niñas “bien”; negarse a saludar de beso, por ejemplo, es de niñas “mal educadas”. Luego, llegamos a cierta edad en la que comenzamos a relacionarnos sexo afectivamente con varones, lo que implica explorar nuestra sexualidad con ellos, pero ¿qué pasa cuando bajo presión accedemos a realizar alguna práctica sexual? ¿será posible que nuestros novios o esposos han ejercido violencia sexual sobre nosotras?:
“Todo comienza con insinuaciones incómodas, toqueteos no consentidos y miradas lascivas; de ahí siguen los besos y caricias forzadas, la respiración agitada, amenazas, chantaje o ambos…después del tercer “no”, el tiempo se vuelve más lento para llegar a la penetración. Continúa insistiendo y se baja el cierre del pantalón y yo sólo quiero que acabe, entre lágrimas o desesperación interna me quedo callada; a veces suelo decir “si” o “está bien” en voz baja para que sea menos agresivo, también para desear que acabe más rápido.
Un minuto y parece una eternidad; no tolero sus gemidos, ni sentir el peso de su cuerpo apoyado en el mío. Termina. Me encuentro frágil, vulnerable, herida. El cuerpo me duele. Aunque mi cuerpo está semi cubierto, siento mi alma desnuda. Bajo la mirada, esa sensación de suciedad y culpa va a durar días, tal vez meses, seguramente años. Nunca se me olvida.
La primera vez que cedí ante el chantaje creí que se trataba de una muestra de amor otorgada al hombre que decía protegerme y amarme. Creí que estaba bien porque terminé diciendo “si”, aunque no quería, aunque no lo deseé, porque no me enseñaron a decir NO. Se quitó el condón sin avisarme, al terminar dijo que no le gustaba usarlo. Desconocí a ese hombre, parecía una pesadilla.
La segunda vez que pasó sabía que no estaba bien que fuera agresivo, que me lastimara o que me hiciera algo que no me gusta. Alguien que te ama no te va a lastimar, dicen por ahí. Pero él lo hace, le excita oler temerosa a su presa, sabe que me ocasiona dolor y lo disfruta. Le gusta morderme o hacerme chupetones, dice que es una marca por si pienso engañarlo. Pensé que no era normal sentir ese vacío y tristeza. Ya le he dicho que no me gusta lo que me hace, pero él sigue, creo que no me entiende.
Después de ahí perdí la cuenta de la cantidad de veces que ese mismo acto se repetía como una película con el mismo final, siempre. Tanto que me acostumbré a lo insensible de su ser. No siempre decía “si”, otras veces guardaba silencio esperando poder sacar de mis entrañas un rotundo NO que lo alejara y dejara de hacerme daño. Me tomó con su celular un par de fotografías sin mi consentimiento. No pude reclamarle, intentaba convencerme de que era algo que todas las parejas hacen, que es mi deber ceder a sus deseos, aunque no siempre me gustara. Lo importante era él, pensaba.
La última vez que me hirió, estaba destruida, dejó las marcas de sus manos por mucho más grandes que las mías en partes de mi cuerpo, sentí un terror inefable, nunca dije “si”, sólo callé mientras rogaba a la divinidad que se detuviera; me lastimó y en cada embestida me decía que era suya. Fueron quizá los tres o cuatro minutos más largos de mi vida, deseaba una cosa y era que acabara. Me destruyó cuando recién comenzaba a explorar mi sexualidad, me dejó sola y rota buscando comprender por qué si decía que me amaba me lastimaba de esa grotesca forma; transcurrieron algunos días y dije ¡basta! Terminé con aquella corta y enfermiza relación.
Alguna vez había escuchado hablar de “relaciones tóxicas”, pero no sabía que yo estaba en una, ni tampoco sabía que en realidad se trataba de una relación donde mi entonces novio me violentaba sexualmente. Tardé cuatro años en asimilar toda la violencia que ejerció sobre mí y fue el mismo tiempo que tardé en reconstruirme y aprender que existe una diferencia abismal entre consentir y desear. Cuatro años en los que me embarqué en relaciones sexo afectivas con hombres bien parecidos a él.
Para mí, desear se trata de un acto de amor a mí misma, donde aprendí lo que me gusta y lo que no. Con quien si y con quien no. Y fue ese amor el que me hizo explorar de nuevo mi sexualidad y el placer que conlleva vivirla. Entendí que el consentimiento, por otro lado, se trata de afirmar o negarse a llevar a cabo una práctica sexual que no siempre involucra deseo de por medio.”
Consentir por presión, chantaje o violencia moral/psicológica no es más que violación y marca una importante diferencia entre acceder porque lo deseamos. Llevar a cabo una práctica sexual sin deseo y con un consentimiento forzado es una problemática que hay que continuar poniendo sobre la mesa para denunciar las atrocidades que suceden en lo privado y las aberraciones que nos enseñan a soportar.
Nuestros novios o esposos nos violan y es necesario visibilizar que todo aquello que se busca que quede en privado, también es de carácter público. Los índices sobre violencia sexual van en aumento no sólo en México, sino en otras partes del mundo donde el feminismo hace su labor evidenciando que ni los códigos penales ni la propia sociedad toman responsabilidad en este problema.
Caí en las redes del peligroso amor romántico que absorbí en películas y canciones que dictan que “si no te cela, no te ama” o “que el amor todo lo puede” y después de acercarme al feminismo entendí que normalicé todas esas vivencias de abuso porque nadie me enseñó a decir no, porque me enseñaron que el deseo y la sexualidad eran un tabú y porque en todos esos contenidos aprendí a priorizar el deseo y gusto masculino sin entender el mío. Hoy puedo decir abiertamente no y me rehúso a ser partícipe de ver como las mujeres atraviesan horrores por un consentimiento obligado.
Lo que no se nombra no existe y es muy evidente que las mujeres somo víctimas de un sistema patriarcal jerarquizado que ha puesto a disposición nuestros cuerpos para disfrute masculino mediante las violaciones “consensuadas”. Lo que no nombra no existe y consentimiento no es igual a deseo.
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