Por. Itzel H. Suárez | itzelsuarez.dkt@gmail.com
Llevo un par de años asimilando que vivir en la Ciudad de México es lioso. Primero por el caos y falta de educación vial, segundo por la deficiencia del transporte público y tercero, por la inseguridad que representa caminar por sus calles. Para ocupar el espacio público, las mujeres contemplamos muchos factores, sobre todo enfocados a preservar nuestra seguridad.
Habitualmente, cuando debo salir a trabajar o a socializar con amistades, contemplo varias circunstancias: a qué zona de la ciudad voy, si voy acompañada o sola, cuál será la ruta por seguir, en qué horario voy a salir, etc. Para mí es un hábito llevar algún suéter para cubrirme el cuerpo, no necesariamente del frío, y evitar miradas lascivias o comentarios indeseados.
Estoy segura de que las mujeres que lean este texto también contemplarán algunos factores enfocados a la seguridad en el espacio público. Yo lo hago desde hace diez años, debido a un desafortunado suceso que me cambió, de alguna manera, la forma de habitar la calle.
Hace poco visité a una amiga muy cerca del metro el Rosario. Ese día utilicé unos pantalones de mezclilla y una blusa originaria de Oaxaca que me llega hasta la cintura, por ende, mis glúteos eran claramente visibles. Desafortunadamente fue visible para la mirada de muchas personas. Y es desafortunado, porque al utilizar ese tipo de ropa parece que las mujeres "propiciamos" el recibir comentarios no deseados. Pero no. No somos nosotras las que estamos mal por usar la ropa que nos gusta. Son las personas que se sienten con la pseudo libertad de opinar de los cuerpos y movimientos de las mujeres, de mirarnos como objetos disponibles para su placer. Somos carnadas del deseo sexual de los hombres que son incapaces de desaprender sus hábitos misóginos.
Es el pan de cada día. No importa qué llevas puesto (he salido hasta con ropa de cama para tirar la basura) siempre hay un comentario indeseado. Lo cierto es que este tipo de acciones y actitudes están enmarcadas en el acoso callejero.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) incluyó el acoso y la violencia sexual en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), la cual ayuda a conocer la percepción de los y las mexicanas respecto a la inseguridad en sus Ciudades. Entre los resultados más significativos resaltan:
El 72.9% de la población de 18 años y más considera que vivir en su ciudad es inseguro. La percepción de inseguridad sigue siendo mayor en las mujeres (77.2%) respecto a los hombres (67.8%).
Durante el segundo semestre del 2019, la población de 18 años y más, el 19.4% fue víctima de acoso personal y/o violencia sexual. En el caso de las mujeres este porcentaje fue de 27.2% y el de los hombres del 10.1%.
El 13.6% de la población de 18 años y más, recibió piropos groseros u ofensivos de tipo sexual o sobre su cuerpo; 4.5% la manosearon, tocaron, besaron o se le arrimaron, recargaron o encimaron con fines sexuales sin su consentimiento.
Estas cifras, por mínimas que puedan parecer, reflejan las situaciones que las mujeres vivimos día con día en los espacios públicos, sin mencionar el ámbito privado. Parece que en ningún lugar estamos a salvo. La violencia contra las mujeres es un continuum que parece no acabar, por el contrario, ante la indiferencia y la injusticia, incrementa y se normaliza.
Después de esa visita a mi amiga, caminé hacia el metro y sentí la mirada de una persona. Cuando voltee, era un niño de aproximadamente siete u ocho años. Quedé sorprendida y con un sentimiento de pena por pensar en el espacio en que él se desenvuelve y, claro, era de esperarse: a su lado estaban dos hombres adultos mirándome también. Sólo pude gritarle "¡Eres un niño!". No sé si me escuchó, probablemente no.
Que un niño tan joven normalice el mirar los cuerpos de las mujeres, y seguramente sin saber por qué o para qué, es sumamente peligroso. Las personas adultas debemos educar con ética, abonando a que el respeto al otro sea parte fundamental del desarrollo de las niñas, niños y adolescentes. Debemos desaprender a normalizar la violencia, los comportamientos misóginos y la cosificación del cuerpo. La ética feminista permite construir una sociedad más justa y humana y, por ende, evitamos como sistema (familia-sociedad) facilitar las herramientas para que se desarrolle un acosador, un generador de violencia y, en el peor escenario, un feminicida. En un país donde asesinan a 10 u 11 mujeres de manera violenta, no podemos minimizar ningún hecho o actitud. Toda acción que vulnere la seguridad de las mujeres, las niñas y las adolescentes debería ser sancionada y no sólo por la justicia, sino por la sociedad.
Palabras clave: acoso, espacio público, violencia sexual.
Literatura citada: INEGI (2012) Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana. México. 25p. https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2020/ensu/ensu2020_01.pdf. Fecha de consulta 11 de octubre de 2020.
Semblanza. Itzel H. Suárez. Gestora educativa, comunicóloga y creadora de la Red de Mujeres de Lomas de Sotelo. Adicta a los conciertos y amante felina. Twitter: @dakotaseDKT
留言