El conejo de la delgadez
- Las Libres Revista
- 30 dic 2020
- 5 Min. de lectura
Por: Gloria Soto
Resumen: En este artículo teórico hago una breve revisión sobre los modelos de feminidad inscritos en el cuerpo de las mujeres para enfocarme directamente a la delgadez como única posibilidad de existencia corporal. Esto para finalizar con una invitación hacia las mujeres -gordas en particular- a replantear si es necesario buscar este imperativo de la delgadez con tanto ímpetu y plantear el cuerpo por sí mismo como una posibilidad de existir.
Palabras clave: gordura, delgadez, belleza, feminidad, mujeres
El Año Nuevo es un pasaje temporal que da cierre a nuestro conteo numérico alrededor de una estrella y a un conjunto de logros y fracasos que enmarcamos dentro del límite de dicha vuelta. Año nuevo, vida nueva, cuerpo nuevo. ¿Cuántas veces no hemos hecho esa promesa en medio de copas y abrazos?
Bajar de peso y alimentarse sanamente es el tercer propósito de año nuevo más popular entre mujeres mexicanas de 15 a 59 años, por debajo de mejorar la vida estudiantil o profesional y ahorrar dinero (PROFECO, 2019). Perder esos “kilitos extras” es la portada constante durante todas las revistas de esta época (como diría Miranda Priestly, ¿dietas en enero? groundbreaking). Es el sueño dorado que compartimos entre risas, calorías y membresías de gimnasio olvidadas; sin embargo, ese aparente deseo común me deja con varias dudas existenciales; ¿por qué perseguimos año con año a ese conejo blanco de la delgadez?
Analizar el cuerpo de las mujeres implica entretejer finamente las demandas de nuestra cultura y la manera en la que distintos discursos producen nuestra subjetividad; es decir, cómo llegamos a ser lo que somos en el aquí y el ahora.
Betty Friedan (1974) en La mística de la feminidad propone el análisis de la particularidad cultural de ser mujer, o como lo llamaba ella, el problema que no tiene nombre. Esta discusión comienza a finales de los 50 y se enfoca en la contraposición de la feminidad y la vida laboral de las mujeres, resultando en un modelo de mujeres pasivas, subordinadas e incapaces de pensamiento crítico, siendo la única alternativa de ser el matrimonio. Con la incorporación de las mujeres al campo laboral se presentó otro reto (aunque yo le diría cortina de humo) para las mujeres. La feminidad, asociada inicialmente con la idea de domesticidad y otros elementos como el cuidado y la crianza, mutó a un sentido estético y afianzó su significado a las ideas de belleza, fragilidad y delicadeza del cuerpo (Brownmiller, 2013; Muñiz, 2014). La belleza se transformó en el nuevo requisito de nuestro currículum como mujeres, diversificando los modelos de feminidad y obtuvimos lo que Naomi Wolf (1991) denomina El mito de la belleza. La feminidad como dispositivo se refinó y el modelo de belleza se complejizó, haciendo de la belleza una manera de transitar y habitar el mundo para las mujeres. A su vez, esto determina la manera en la que somos entendidas, reconocidas y ubicadas en posiciones sociales a partir de dicha lectura (Bordo, 2001). En otras palabras, alcanzar la belleza implica acceder a privilegios y colocarse en posiciones más altas de una jerarquía corporal, atribuyendo a dichas características un capital social (Oyosa, 2017). La belleza, pues, es un discurso y un dispositivo de control que moldea sujetas específicas en contextos específicos. El cuerpo se ha transformado en el lugar de inversión por excelencia, y la delgadez es el modelo corporal de éxito al que todas debemos aspirar.
Hoy en día, la valoración del cuerpo delgado ha rebasado las recomendaciones médicas y se ha posicionado, más que un asunto sanitario, como una prescripción corporal que todas las mujeres debemos seguir. La delgadez ocupa un lugar privilegiado en nuestras vidas como mujeres, es la base sobre la cual descansan otros logros y sin la cual no existe una posibilidad de éxito o felicidad (Donaghue y Clemitshaw, 2012). Este tesoro prometido que mágicamente transformará nuestra realidad de calabaza a carroza y nos hará automáticamente bellas al ser delgadas es la mística de la delgadez. La persecución de la delgadez como el único lugar ideal para habitar el cuerpo responde a un conjunto de prescripciones culturales que construyen un relato de éxito y felicidad verdadera una vez que se obtenga ese cuerpo, sin importar cuáles sean los medios (Bronstein, 2015). ¿Pero qué pasa en el extremo opuesto de la delgadez? ¿Qué si soy gorda?
Si la delgadez es la felicidad y el éxito encarnado, entonces su opuesto, la gordura, es la infelicidad y el fracaso. El cuerpo gordo implica una lectura que parte de un discurso biomédico, estético y moral en donde este se concibe como un cuerpo exteriormente feo, interiormente enfermo y de conducta inmoral (Fernández, Piñeyro y Salvia, 2017). Las mujeres gordas representamos una antítesis a los ideales de belleza y felicidad, por lo que la realidad nos presenta una disyuntiva entre lo que nos hará felices (la búsqueda de la delgadez) y lo que somos. En otras palabras, las mujeres gordas somos alienadas afectivas dado que estamos fuera de los mundos de la vida aceptados; somos leídas como necesariamente infelices ya que no nos adaptamos al único camino a la felicidad femenina (Bronstein, 2015). Interrumpimos la alegría del régimen dominante y los hacemos sentir incómodos. En este sentido, pocos entienden las realidades emocionales y las implicaciones de ser gorda. ¿Pero qué pasaría si rechazáramos esa búsqueda utópica de la felicidad en otro cuerpo? ¿Podremos pensar, en algún punto, la gordura como un lugar habitable?
Pensarnos fuera de la jerarquía corporal no es un trabajo individual dado que nosotras no escogemos integrarnos a dicha jerarquía; se nos coloca ahí y esas experiencias particulares, inevitablemente, trastocan y configuran lo que somos. Pero las mujeres también tenemos criterio propio y podemos analizar los elementos de dichos modelos a partir del conocimiento y las experiencias que tenemos. Hacernos conscientes de que existe un modelo de belleza impuesto y que no entramos en este es parte fundamental del camino, pero apenas y es el inicio de nuestro recorrido para habitar el cuerpo. Para ello, debemos pensar en la gordura como una diversidad corporal que cuenta con una experiencia de vida particular, reconocerla como una práctica cultural subversiva que cuestiona las nociones establecidas sobre la salud, la belleza y la naturaleza. Replantear la gordura como una condición no simplemente estética o médica, sino política en donde se pueda considerar como potencial para configurar una experiencia de vida distinta (LeBesco, 2001). Concebir la corporalidad gorda como válida y placentera, que no está predeterminada a ser triste por el hecho de no ser, nos reta a pensarnos desde la afirmación de lo que sí somos.
Entonces, ¿qué somos las mujeres gordas? Tal vez este año podremos ignorar a ese conejo blanco y quedarnos en el prado de nuestro cuerpo para averiguar a dónde deseamos ir.

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