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Foto del escritorLas Libres Revista

El fuete que cambió su vida

Por: Ana Cecilia Escribano Reyes

Con apenas 14 años Agustina ya tenía marido, un hombre importante, ganadero y violento. La bella “Tina” ni siquiera sabía qué era el amor, nunca lo había recibido y por supuesto tampoco sabía darlo. Era una señorita delgada, pero de voluptuosas caderas, cintura pequeña y nariz respingada, los hombres jóvenes y mayores notaban su belleza chiapaneca; y Justino de 48 años no dudó en pedirla en matrimonio, ella por supuesto, no podía negarse. La boda no fue una fiesta como la sueña una mujer que ha visto telenovelas: con pastel, comida, invitados, vestido, música; no, fue solo un mero trámite en el registro civil, a Justino le urgía irse al rancho “el Roblito” refundido en la selva profunda de Chiapas, realmente le urgíatenerunacocinera;yesquelamamádeAgustina tenía la mejor sazón del pueblo, era conocida por sus deliciosas tortillas hechas a mano, su chile relleno, e infinidad de platillos que sus hijos vendían en la terminal, era obvio que la nueva esposa haría los más deliciosos banquetes en el rancho. Así pues, Agustina viajó al Roblito, un rancho enorme, con una casa grande, tan grande que Tina podía esconderse por horas, y ¡cómo no hacerlo! Agustina no tenía idea lo que le esperaba, ella solo contemplaba su vestido blanco, elaborado con una tela suave y con olor extraño -a nuevo-. En la noche de bodas, la pequeña observó a su marido ebrio recostarse en la cama, y escuchó una voz aguardentosa ordenarle: ¡Súbete!, ella obediente, lo hizo sin reparo alguno. Al pasar los días, la esposa soportó todo lo insoportable, las peores bajezas, las peores humillaciones, cocinó y cocinó para todos los hombres del rancho, nadie la ayudaba, era ella sola en la inmensidad del Roblito. Nadie ayudaba a Tina porque no le aguantaban los malos tratos al patrón, un hombre grosero, pedante y tacaño, pagaba poco, exigía mucho, era un ser insoportable, ningún familiar lo visitaba, un tremendo solitario y amargado esposo, totalmente diferente a la luz de alegría que aún vivía en el alma de Tina. Tina anhelaba su “libertad”, extrañaba el comal frente al fuego donde hacía tortillas, extrañaba atender a sus 8 hermanos y 6 hermanas, extrañaba las palizas de mamá por no cuidar “bien” a los más pequeños, pero lo que más extrañaba, era el arrepentimiento de la mamá después de ser tan injusta. Justino era diferente, él no mostraba remordimiento alguno, él era el amo de la casa y lo tenía que obedecer, y así lo hizo Tina, porque era su esposo, porque era su deber. Era de esperar que Agustina quedara embarazada, “las mujeres solo para eso sirven” afirmaba su marido. Ella veía en ese ser una luz de esperanza, ya no estaría sola, tendría por quien vivir, por quien soñar, tendría a quien amar. Hasta que el 2 de noviembre de 1976, día en que se recuerda a los muertos, Tina cometió un error: Cocinó para los mismos de siempre, sin imaginar que el esposo esa noche tendría invitados. Frente a todos, Justino la golpeo salvajemente. Tina aún recuerda ese momento, aún forma parte de sus pesadillas, era como estar en el coliseo, con miles de espectadores, alcoholizados, sonrientes, excitados. Ella no sentía dolor, ya estaba entrenada con las palizas de mamá, pero estaba preocupada por el bebé, algo le decía que no saldrían bien de ese espectáculo. 3 de noviembre, 6 de la mañana, todo limpio, como si la fiesta no hubiera existido, como si nunca hubieran estado más de 30 hombres bebiendo, bailando y fumando, todo impecable salvo el rostro de Agustina, en el si se veían los estragos de la golpiza, el llanto y el cansancio. Fea, hinchada, humillada, así lucía; pero Justino nunca lo notó, tampoco notó la sangre escurrir por las piernas de su esposa, tampoco notó que su mirada de temor y respeto se había transformado en odio. Era la primera vez que Justino le pegaba, en otras ocasiones ya la había empujado, insultado, escupido, jalado el pelo y violado, pero era la primea vez... El papá de Tina era golpeador, y ella en el fondo de su ser reprochaba a su madre que lo permitiera, que lo aguantara: ¿Cómo era posible?, ¿cómo podía permitir tanto daño?, y que sus 15 hijos sufrieran tanta violencia. Mientras lavaba la ropa vomitada de Justino (consecuencia de la fiesta) recordó su primer día de escuela, donde su maestra le pegó con una regla de metal por no saber agarra el lápiz y ella armada de valor, con sólo siete años, le arrebató la regla y le dijo que jamás le pegara; se salió del salón y nunca volvió. Sin estudios, sin saber leer, pero recordando el dolor, llanto y sufrimiento propio y el de sus 14 hermanos sabía que la violencia no era buena, no era lo correcto y tenía claro que Justino no se detendría, que lo volvería a hacer y no podía permitirse vivir así. Durante el baño, lavando la sangre y aguantando el dolor de su vientre con ocho meses de embarazo, ideo un plan, sabía que Justino seguiría la fiesta, tenía que “curarse” la cruda, entonces lo esperó, limpia, peinada y con comida caliente. 4 de noviembre, 2:30 am, El señor de la casa llegó, perdidamente borracho, cenó y se acostó en una de las cuatro hamacas, la más firme, la más grande; era la oportunidad que Tina esperaba para ponerme fin a su pesadilla, entonces: Amarró con firmeza la hamaca, para que Justino no pudiera levantarse, tomó el fuete que el señor siempre llevaba –su favorito, por ser el terror de los equinos- y descargó su furia contra él. Justino sólo gritaba, no entendía lo que estaba pasando, sufría del dolor; Tina le dio 30 fuetazos, como sus 30 invitados, mientras le gritaba: “Es la primera y la última vez”. Antes que llegaran los ayudantes del señor a rescatarlo, Agustina huyó, salió a la caballería y montó a “Secreto”, un caballo agresivo con todos, excepto con ella, un caballo blanco, un caballo que Tina imaginaba que amaba a los buenos y odiaba a los malos. Cabalgó y cabalgó, en la oscuridad, entre la maleza, lejos de todo; Secreto no se detuvo, quizás olió el miedo de Tina, quizás también quería huir. El cansancio y los gritos de Tina los vencieron; necesitaba parar, necesitaba bajar, ya que estaba pariendo. Nació, fue una niña, Tina recuerda su mirada perdida, recuerda a Secreto lleno de sangre, húmedo y agotado, recuerda que la criatura nunca lloró, pero ella sí, aún sigue llorándole en secreto.


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