Al contrario que en las clases económicas, las clases sexuales resultan directamente de una realidad biológica; el hombre y la mujer fueron creados diferentes y recibieron privilegios desiguales. Shulamith Firestone
La sujeta política del feminismo es la hembra humana, por lo tanto, el feminismo radical apela al hecho de la sujeta mujer como categoría social; por su parte el transactivismo pretende ampliar esa conceptualización a otras personas, que consideran que la compleja categorización de nuestras opresiones, cabe en un sentimiento. Las actuales legislaciones, que alrededor del mundo están siendo promovidas por colectivos y agrupaciones trans, plantean la despatologización de la transexualidad, desde un enfoque progresista y neoliberal, a través de acciones como el cambio de nombre que aparece en el acta de nacimiento por el nombre del sexo que “se siente”; así como el acceso a servicios médicos que permitan intervenciones sin necesidad de pruebas psicológicas y psiquiátricas exhaustivas. Este tipo de prácticas quirúrgicas no sería exclusivo para mujeres y hombres adultos transexuales, sino que se incluye a niñas y niños menores de 18 años como sujetos de este tipo de prácticas; esta situación coloca a estas niñas, niños y adolescentes como relevantes para el radfem; en primer lugar, porque las infancias importan al feminismo y en segundo lugar porque estas políticas, refuerzan la idea de género, cuya abolición representa uno de los pilares de lucha de esta rama del feminismo. La utopía, que la teoría radical abraza, nos muestra un mundo donde el género se erradique en su forma categorizante y que deje de partirse de nuestros genitales para mencionada categorización, por lo que resulta esencialista pensar en administrar hormonas a niñas y niños, porque la única manera de sentirse hombre o mujer es a través de nuestras formas corporales. Y podemos entender, perfectamente, que las imposiciones sociales, los estereotipos patriarcales y la ignorancia sistémica puedan ejercer una importante presión para que veamos nuestra pertenencia a una categoría como la única forma posible de expresarnos libremente, pero ¿no es mejor opción el luchar por la eliminación del género, que afectarse físicamente para encajar en la heteronorma? En este sentido de acoplación de nuestras cuerpas y cuerpos a los géneros estipulados por el patriarcado y de evitar a toda costa la confrontación con el sistema en pro de la aceptación, nos encontramos con el concepto de “infancias trans” que, bajo preceptos de inclusividad, aceptación y diversidad, tiene la finalidad de normalizar la medicación y patologización de actitudes y gustos en la infancia por considerarse contrarios al sexo de nacimiento en niñas y niños; acciones que llevan a la práctica de intervenciones quirúrgicas en la infancia sin que aún existan investigaciones suficientes en el campo médico y psiquiátrico. Se le llama infancias trans a niñas, niños y adolescentes que no cubren el estereotipo asignadoasugénero;esdecir,niñasqueprefierenbalonesy niños que juegan con muñecas. Estos motivos los llevan a una transición, que empieza por lo social, al nombrarles por un nombre asociado al sexo opuesto, por usar ropa masculina o femenina ycuandoestasaccionesnosonsuficientes,inician una trasnsición hormonal, que consiste en detener la pubertad por medio de hormonas del sexo opuesto para feminizar o masculinizar su aspecto, hasta llegar a la transición quirúrgica, la cual consiste en la extirpación de sus órganos genitales sanos, para aparentar los del “sexo sentido”. Hasta este punto, podemos observar que las legislaciones trans, que afectan directamente a las infancias, tienen un especial interés en la percepción del mundo, con base en su aspecto y no a la implicación psicológica de la transición; ya que si bien los avances en la ciencia en el campo de la modificación corpórea son impresionantes, no existe el mismo interés de avance en la psiquiatría y psicología al respecto. Tan solo en Suecia, entre 2008 y 2018, hubo un aumento de 1500% de niñas diagnosticadas con disforia de género, panorama que nos dice que, ante un rezago importante del área psicológica y psiquiátrica ante este tema, tenemos a pacientes menores de edad con diagnósticos que parten de metodologías experimentales, lo que se traduce en miles de pacientes diagnosticados de manera errónea a tratamientos de transición, que no solo no tienen eficacia comprobada, sino que según el mismo personal que los suministra son “experimentales”. Los diagnósticos no son fiables y los tratamientos médicos tampoco lo son; suministrados en adultos con plena consciencia de las consecuencias los convierten en responsables de sus propias decisiones; pero en niñas, niños y adolescentes, quienes aún no tienen capacidad de consentir una intervención quirúrgica de ningún tipo, convierte la transición, no solo en una cuestión invasiva, sino de una violencia incomparable. Estudios recientes, señalan que los bloqueadores hormonales, suministrados a niñas y niños desde los 11 años, provocan en una gran mayoría de pacientes, ideas de suicidio y autolesiones; así como el hecho de que entre el 60% y 70% de niñas y niños, diagnosticados con disforia, desisten en la adolescencia y edad adulta, de los cuales un gran porcentaje es heterosexual (después de la transición), es decir, que de no haber pasado por el proceso quirúrgico de trasicionar, serían mujeres lesbianas y hombres gays. Si recordamos que los diagnósticos de disforia, aumentaron en niñas 1500%, de las que, según estudios, aproximadamente el 1000%, desistirían de la transición, la mayoría de ellas, aproximadamente 700, serían mujeres lesbianas, si no hubieran sido sometidas altratamiento, lo que significa que la ciencia respaldada por el transactivismo, condenó a 700 mujeres a sentirse incómodas con su cuerpa por no encajar en la heteronorma desde la infancia, y les hizo creer que la única forma de ser libres, era a través de la mutilación de su cuerpa, para adecuarse al de un hombre, para que así pudieran expresar su sexualidad lésbica de manera correcta ante la sociedad patriarcal. Niñas y niños merecen crecer sin la necesidad de que nadie critique o cuestione sus cuerpas y cuerpos, de desarrollar su sexualidad de manera sana, en libertad, libres de la heteronorma, que los categoriza según sus juguetes y colores favoritos. No podemos abogar por el sometimiento de las infancias a tratamientos médicos, cuya preocupación es como son vistas y vistos para ser aceptadas y aceptados, antes que preocuparse por su salud mental y su óptimo desarrollo social. El feminismo radical abraza a las infancias, sin importar qué color les gusta, cuál es su juguete favorito, o los juegos con los que se sienten más cómodas y cómodos; porque el mundo perfecto es aquel en el que niñas y niños, no necesiten encajar en ninguna categorización adulta y patriarcal, para ser nombradas y nombrados. Transactivismo es misoginia, es borrar a las mujeres, es repudio a las infancias libres, para imponer una realidad donde aparentemos lo que decimos ser; ante estas acciones de violencia a mujeres e infancias, el feminismo radical lucha por la abolición del género, para poder vivir en libertad.
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