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La última cena

Por. Paola Ramos


Los ojos de mamá se notan cansados, como si el paso de su vida lo contaran las miradas y no el tiempo. Come lento, en un plato servido a la mitad, sé que mastica porque necesita alimentarse, pero el gusto por saborear el pavo ya no lo tiene, a diferencia de los que estamos sentados en la mesa.

Me contó una vez que cuando pasas tanto tiempo cocinando, al rato se te quita el hambre de tanto que ves. Yo siempre le cuestioné por qué cocinaba tanto: romeritos, pavo, bacalao, ensalada de manzana, pasta, incluso el pan. Me respondía siempre con la misma frase: “Me gusta cocinar en Navidad”.

Pero no es así.

A Daniel no le gusta el pavo, por lo que opta por comer bacalao; mi papá no sabe comer romeritos sin el pan que hornea mamá. “No sé por qué tu pan sabe tan diferente al de la panadería”. Mi hermana siempre come ensalada de manzana desde que llega, y si aún no está lista, se distrae yendo a hacer deberes en la plaza que se encuentra cruzando la calle.

Yo como pavo, siempre pavo, pero no me gusta el bacalao como a mi cuñado, que incluso le pide más a mi mamá después de abrir los regalos.

La pasta la come mi tía Mónica con emoción, nunca falta su comentario de “he esperado todo el año sólo para comer tu pasta, hermana”, y se sirve hasta que su cuerpo se sienta a reventar.

“¿Y a ti mamá, ¿qué te gusta más?” le pregunta mi hermana.

“A mí de todo”, responde, aunque su plato sólo contenga poca pasta y pavo en trozos.

Y veo sus ojos cansados y su sonrisa calma que acompañan la respuesta. Y comprendo, comprendo ahora cómo es que estos cambian a un estado de preocupación que dura un instante cuando todos terminamos de cenar. Ahora lo sé, sé que su cuerpo no aguanta una jornada tan larga en la cocina, pero no hace queja de ello, no pide ayuda por miedo a que no salga igual que siempre. Ahora sé que en cada platillo combina el amor con el ruego desesperado para que no la dejen sola en Navidad. Y por esta razón es que complace; por la necesidad de madre de sentirse amada por toda su familia, aunque sea una vez al año.

Y ese destello preocupante que alberga su corazón cada que termina la cena, la preocupación que inunda su corazón al pensar que tal vez el próximo año ya no aguante la jornada y ese cariño que antes se ganaba no lo recibirá más.

Su corazón se enmudece un instante y yo la veo, nos veo sentados aquí, comiendo a expensas del miedo de mi madre de ser abandonada por no poder realizar un capricho nuestro




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