Por: Itzel H. Suárez
Antes de comenzar a escribir este texto, estuve sentada varias horas intentando hilar ideas. ¿Cómo escribes de alguien a quien no conociste, de quien sólo sabes su nombre y la historia después de su vida? Sirva este ejercicio para descubrirlo. Escribir nos da la oportunidad de desahogar los sentimientos y las percepciones que construimos respecto a nuestra realidad y experiencia. Dicen que escribir sana, pero ¿qué más hacemos las mujeres que vivimos violencias normalizadas o que vivimosconmiedodenoregresaranuestrohogar para sanar? Acumulo desesperanza al darme cuenta que muchas personas realmente no quieren ni están interesadas en comprender lo que significa ser mujer en un país con 11 mujeres asesinadas al día de forma violenta: pensar qué ruta debo tomar, qué ropa utilizar, no hablar a desconocidos, no responder comentarios, buscar la banqueta con más luminarias, cargar tenis en la bolsa para poder utilizarlos después del trabajo y correr si es necesario, o caminar con las llaves en mano son solo algunas de las acciones que las mujeres debemos considerar para salvaguardar nuestra integridad en el espacio público, en la Ciudad que no nos pertenece y que habitamos con miedo.
Muchas de nosotras hemos tenido la oportunidad de invertir dinero en nuestra seguridad al utilizar servicios de transporte privado. Yo, particularmente, lo utilizo para desplazarme a lugares que no conozco, en horarios donde al amanecer todavía está muy oscuro y caminar al metro es un riesgo, o -antes de la contingencia- para salir o regresar de una fiesta o de un bar. Y por supuesto, siempre sola, muy pocas veces con amistades, casi nadie vivía “del otro lado”. Cuando eso sucedía, compartía mis viajes con amigas o familia, pero a veces lo veían hasta el día siguiente por las altas horas de la noche en que enviaba el mensaje; fue más conveniente compartirlo con las amistades con las que estaba. Hace casi dos años hice un grupo de WhatsApp con amigas y conocidas para poder monitorear nuestros viajes cualquier día en cualquier hora. Afortunadamente nunca hemos tenido que preocuparnos por algo malo, pero nos falta diseñar una estrategia en caso de que alguna llegue a estar en una situación de emergencia. En este México, a las mujeres todo nos puede pasar y estamos obligadas a pensar en todos los escenarios para prevenirlos. De este lado sí nos ocupamos por vivir. Y vaya que sí... hace casi once años me ocupé por vivir, me aferré. Anhelaba vivir aún con las tristezas que cargaba, sin importar que tuviera que vivir con las decepciones del amor que siempre andaba buscando. Aún no estoy lista para compartirlo a detalle, pero he asimilado que la violencia nos atraviesa tan profundamente y nos llena de miedo, que tuvieron que pasar muchos años para poder articular desde mi propia voz lo que viví y lo que fue. Tuve suerte de que mi madre no tuviera que vivir en la incertidumbre por mi paradero o de que se deshiciera del dolor al verme en una morgue. De alguna manera ella también tuvo la suerte que no han tenido otras madres, las madres de miles de feminicidios en nuestro país que pese al dolor que sienten por el vacío, siguen caminando, marchando, activando y demandando para exigir la justicia que les ha sido arrebatada a sus hijas. Y entonces, me preguntaba al inicio de este texto, ¿cómo puedo escribir de Mara Fernanda Castilla Miranda si no la conocí? El viernes 8 de septiembre de 2017 Mara estaba en una fiesta con sus amistades en Cholula, ese rinconcito pintoresco de Puebla que alberga más de 250 parroquias. Para regresar a su casa de manera más segura, abordó un servicio de Cabify, empresa española que inició operaciones en México poco después que Uber en el año 2013. Mara nunca llegó a su hogar. Su desaparición se hizo viral en redes sociodigitales y fue ahí donde la conocí. Leí un tweet que cuatro meses antes había publicado: “#SiMeMatan es porque me gustaba salir de noche y tomar mucha cerveza...”, hashtag utilizado en la protesta virtual por el feminicidio de Lesvy Berlín Osorio ocurrido el 3 de mayo de ese mismo año en Ciudad Universitaria. A ella como a mí, nos gustaba salir de noche y tomar mucha cerveza, ¿qué de malo puede tener eso? ¿quién decide que ese gusto es motivo para violentarnos o, en el peor escenario, a quién le da derecho de quitarnos la vida? En ese momento, todavía no estaba inmersa en el movimiento de mujeres ni en el feminismo. Tuve toda la esperanza de que esa chica desconocida y lejana para mí, apareciera con vida y regresara con su familia. Las fotos que aparecían de Mara reflejaban tremenda alegría. Mara llegó a Puebla para estudiar en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), era originaria de Veracruz. Tenía 19 años, estaba en el sueño académico y como muchas de nosotras, también disfrutaba de la vida. Tanto la UPAEP como la empresa Cabify se sumaron a las solicitudes para localizarla. A esta última, se le cuestionó su proceso de reclutamiento de conductores, se le inhabilitó solo algunas semanas y la familia de Mara le demandó por daño moral, responsabilidad civil y por daños punitivos. Ninguna exigencia será suficiente. A muchas personas no les bastó el dolor de su familia. Tuvieron la crueldad para señalar a Mara y culparla de su desaparición. ¿Por qué se empeñan en revictimizar a las mujeres? ¿acaso creen que andamos por la vida buscando ser violentadas? Nos vestimos para nosotras mismas; nos divertimos porque tenemos derecho y asumimos que nos relacionamos con personas éticas y respetuosas. Queremos apropiarnos de los espacios y de la vida pública sin miedo a ser golpeadas, violadas o asesinadas. “Cuando regreses a casa, porque así será, no pidas perdón por haber salido con tus amigos a divertirte, tampoco por haberte puesto linda, no pidas perdón por haber tomado la cantidad que hayas querido tomar si es que lo hiciste. Mi niña, no pidas perdón por haberte divertido esa noche, por haber bailado y cantado. Mara, no pidas perdón por haber estado hasta las 4 o 5 am, por haberte querido ir sola, no pidas perdón por haber solicitado un servicio de transporte. Al final de cuentas querías llegar segura.” Fragmento de la carta a Mara Castilla escrita por Vivien Vázquez y replicada en Verne. Mara fue asesinada en septiembre de 2017. Siete días después de su desaparición, la Fiscalía General de Justicia del Estado, dio a conocer los resultados de la investigación y acreditó la responsabilidad a RICARDO ALEXIS, quien la secuestró, la violó, la asesinó y dejó su cuerpo en una barranca de Santa María Xonacatepec, una pequeña población a 15 kilómetros de la capital de Puebla. Días antes sucedió el terremoto del 7 de septiembre que tuvo grandes estragos en Chiapas y Oaxaca; doce días después, el sismo con epicentro en Puebla. Ni el duelo nacional, ni ninguna otra contingencia da tregua a la violencia machista. Al mirarlo a la distancia, me gusta pensar que la tierra se movió para darnos una lección. Pero no, como sociedad no hemos aprendido nada. Ni Ayotzinapa, San Fernando o las muertas de Juárez son suficientes para reflexionar nuestra estadía en este mundo. Lloré mucho al enterarme de la muerte de Mara. Físicamente tuve sensaciones que nunca había experimentado. Fue una mezcla de rabia y de impotencia, sentí mucha fuerza en los puños y en mis brazos, mismos que en ese momento anhelaban abrazar a la señora Gabriela y a Karen, mamá y hermana de Mara; pensando que miles de abrazos más podrían darles la fuerza que necesitaban. Comprendí, y con ello respondo a la pregunta del porqué escribo este texto, que tanto mis amigas, familiares, conocidas, yo o cualquier mujer de este país, podemos ser Mara Castilla. Parece que no importa cuántas estrategias de seguridad implementemos, nuestra vida pende de un hilo y de la decisión de algún hombre misógino que tenga la oportunidad y el deseo de pisotear nuestra vida. El domingo 17 de septiembre de 2017 asistí a mi primera marcha en el Zócalo capitalino, donde se congregaron simpatizantes de Miguel Ángel Mancera, muchos de los cuales no desperdiciaron la oportunidad para gritarnos “¡por eso las matan!, ¡tan bonita y tan grillera!”. Opacamos su misoginia gritando las consignas que lanzaban las compañeras. Vi a muchas mujeres jóvenes con sus madres y yo me sentí muy conmovida y afortunada por ir acompañada de la mía. Mi madre nunca había estado en una marcha y deseo que nunca tenga que encabezar una por su hija. Deseo que las voces de miles de mujeres que marchamos ese día en Ciudad de México, Guadalajara, Puebla y Xalapa hayan llegado al corazón de la familia de Mara. El feminicidio de Mara Fernanda Castilla Miranda es, tristemente, el parteaguas en mi vida. Es la razón por la que me nombro feminista, aún con el miedo y el dolor que a veces esto conlleva. Mara Fernanda está presente en cada exposición, en cada marcha y en cada consigna tan recurrente en este país por los feminicidios. Su juicio aún está vigente. Es necesario seguir haciendo ruido y articulando para que su caso no quede en la impunidad como el 98% de las historias. La indiferencia duele y abona a la injusticia: si aquél hizo esto y no recibió sanción, también el otro lo puede hacer. La indolencia de las cúpulas del poder y de la clase política es evidente, sus realidades soninfinitamente contrarias a las que vivimos las mujeres que utilizamos el transporte público (la mayoría en condiciones precarias y de inseguridad), que transitamos en calles peligrosas o las compañeras que viven en las periferias resistiendo y activando para que los servicios básicos, servicios de entretenimiento y esparcimiento lleguen y sean dignos para las mujeres, niñas y adolescentes. A la familia de Mara: aunque no esté físicamente a su lado, aunque no las conozca ni ustedes a mí, sepan que siempre la nombraré y estoy segura de que las hermanas y compañeras de lucha, nunca la olvidaremos. ¡Justicia para Mara! ¡Justicia para todas! Itzel H. Suárez Adicta a los conciertos y a los libros, esclava de recuerdos, viajera empedernida y amante felina. Gestora educativa, comunicóloga y creadora de la RMLS. Feminista. TOC. Twitter: @dakotaseDKT
Comments