La autora de este texto es una mujer feminista, incansable conversadora, coleccionista de recuerdos, divertida, apasionada de los juegos de mesa y madre de dos inteligentes niñas, con quienes disfruta los viernes de girls night. En una búsqueda rápida en internet sobre las situaciones que, desde el enfoque médico, son ideales para maternar, se mencionan: tener entre 25 y 30 años de edad, no tener enfermedades crónicas y estar, de preferencia, en “buena forma física” porque el embarazo en personas obesas –según dicen– podría derivar en diabetes o preclamsia. Existe, además, una checklist para padres –sí, en plural y masculino– que sugiere como requisitos: una relación de pareja sólida, un acuerdo mutuo para concebir, estar libre de vicios, no tener problemas emocionales y sí tener riqueza espiritual –lo que sea que eso signifique–. En general, estas recomendaciones podrían ser oportunas para los hombres que serán padres, pero no son suficientes para orientar a una mujer que está considerando ser mamá. Revisé las revistas más populares sobre maternidad: Guía para padres, Ser padres, Nacer y crecer, Eres mamá, Bebés y más, Mi bebé y yo, y en ninguna encontré el deseo como un elemento de encuadre para la decisión de ser madre y criar una vida. El deseo y la decisión son dos supuestos que se relacionan, aunque no siempre confluyen en la misma dirección. Cuando pienso en el deseo me pregunto: ¿qué anhela una mujer de ser mamá?, ¿qué se desea en torno a la maternidad?, ¿por qué se decide ser madre? y ¿qué implica la decisión? En una búsqueda más minuciosa respecto a estos cuestionamientos, encontré algunos estudios interesados en el “fenómeno de aplazamiento de la edad en que las mujeres deciden ser madres”, el cual supone que lo natural o lo normal es que las mujeres aspiremos tener hijas e hijos a edades tempranas. Los artículos adjudicaron el “fenómeno” a situaciones de inestabilidad laboral y económica. Al respecto, Esther Vivas ha señalado que la maternidad está llegando a ser una situación de privilegio, más que una cuestión de derecho, porque no es asequible para todas las mujeres (Oliver, 2019). De cualquier manera, a estos investigadores les parece más admisible pensar que las mujeres no tenemos hijos por falta de recursos y no por otras razones que no alcanzan a imaginar, por ejemplo, que el famoso “instinto materno” no llega o no existe. Sobre el deseo de maternar sí hay algunos estudios empíricos. No obstante, estos exploran más las razones de quienes no desean ser madres que de quienes crían o criaron hijos e hijas aún sin el famoso instinto o deseo de maternar. Gemma Cánovas (2010) abordó algunos puntos sobre el deseo y las sombras de la maternidad acentuando que no todas las madres ejercen este papel como producto de un claro deseo propio, sino que la maternidad es ejercida por muchas mujeres más por obediencia social y para satisfacer deseos de otros. Hablar de este tipo de maternidades importa porque maternar sin deseo puede traer graves implicaciones en las relaciones madre-hija, lo que Cánovas nombra desamor materno (2010).
¿Qué pasa con aquellas mujeres que, aún contando con todos los requerimientos médicos, psicológicos y sociales establecidos para ser mamás, incluso con la decisión, no desempeñan el modelo ideal de madre? Para ello, es pertinente caracterizar la correspondencia deseo-decisión relativa a la maternidad, pues habrá mujeres que tienen todas las posibilidades para ser madres, que desean y deciden serlo; mujeres que, en toda posibilidad, desean ser madres, pero deciden no serlo; por otro lado, mujeres que, aún teniendo todas las posibilidades, no desean ser madres y deciden no serlo, por último, mujeres que no desean ser madres, pero cumplían todas las condiciones para serlo y lo fueron. Es en este grupo, del que me es imposible encontrar información, donde mi experiencia maternal se clasifica.1 Soy ese tipo de mujer que, de acuerdo con los “especialistas” de las revistas para padres, tenía todo lo necesario y estaba preparada para maternar, sin embargo, nunca sentí el deseo genuino de ser mamá. Mi embarazo no fue planificado, pero tenía una relación sólida, estabilidad emocional, seguridad económica y todas las necesidades básicas y psicológicas cubiertas. Cuando supe que estaba embarazada no reparé en “la decisión de maternar”, si tenía todo ¿por qué no serlo? Todo indicaba que había un buen escenario para formar una familia ¿qué podía salir mal? Lo que salió mal fue la maternidad. Nunca desarrollé la paciencia ni sentí ese amor inmediato del que se me había hablado. Muchas veces olvidaba que tenía una hija y jamás preparé una papilla. Básicamente no experimenté nada de lo que me habían contado, había leído o había imaginado sobre ser madre. Tenía, más bien, poca emoción y mucha vergüenza de haberme convertido en mamá.
La relación entre mi hija y yo no fue natural, ni espontánea, como creía que debía ser. Esa identificación mamá-hija ha sido más bien un proceso lento y doloroso para las dos. Esther Vivas señala las influencias del entorno familiar, laboral y social como factores que pueden contribuir en que este proceso sea menos tortuoso (Oliver, 2019), yo tenía esas circunstancias a favor, pero no fueron suficientes para aligerar la carga negativa, maltrato y desamor que yo infligí en mi hija. A menudo me encontré ignorando a mi hija, evitándola cuando lloraba y dejando que alguien más tranquilizara sus sollozos. Muchas veces le grité por todo y también le grité por nada. Asimismo, la zangoloteé de modos tan agresivos que sigo sin creer. Al menos tres veces recuerdo haber pensado en abandonarla, junto con su papá. A sus cuatro años mi hija me expresó con tristeza: “mamá, por más que intento no entiendo qué no te gusta de mí, por qué no te caigo bien”. Mi pequeña hija estaba sufriendo el desamor materno del que nadie me habló y del que conocía tan poco. De pronto, muchas veces fui todo lo que siempre aborrecí. No era mejor que ninguna de las mamás de niños y niñas que el DIF ponía en resguardo y que, por mi trabajo, muchas veces cuidé. Mi hija es parte de la estadística de embarazos no planeados y, aunque duela, debo reconocer también que ella es parte de la estadística de maltrato infantil. Considero que es urgente discutir sobre el deseo y la elección, antes que sobre la estabilidad económica e incluso emocional para asumir el rol de madre. La maternidad debe ser un tema permanente y primordial en el feminismo para hacer frente a los discursos que la idealizan y abolir conceptos falsos como instinto materno. Bien versa el lema feminista “la maternidad será deseada o no será”. Referencias Cánovas Sau, G. (2010). El oficio de ser madre: la construcción de la maternidad. Paidós. Oliver, D. (2019, 6 de marzo). Esther Vivas: “La maternidad debe ser feminista. Hay que rescatar a las madres del patriarcado”. El País. https://elpais.com/elpais/2019/02/28/mamas _papas/1551353871_772692.html
Comments