Crianza feminista en la pandemia
Nallely González
Se nos terminó el 2020 en un contexto de pandemia y de evidentes rezagos sociales, tanto económico como educativo; aunado a la ola de violencia machista y feminicida que nos ha dejado claro, una vez más, que las mujeres seguimos siendo el blanco perfecto de la perpetración de crímenes que quedarán impunes, respaldados por una procuración de justicia ineficiente que también nos violenta y nos reprime.
En medio de este mar de zozobra y de escalofriantes discursos oficiales que no tienen más intención que cubrir su falta de capacidad con el disfraz absurdo de la inclusión, estamos nosotras, las mujeres que también somos madres, y a quienes la pandemia, la violencia y el Estado nos han asestado golpes de los que sanar nos va a costar mucho tiempo.
La pandemia mundial a la que nos estamos enfrentando, no sólo nos trajo el distanciamiento social, sino que a las mujeres que somos madres, nos trajo la carga total de crianza, educación y cuidados de las infancias; sumando a ello la sobrevivencia económica y la nula empatía de la sociedad frente a la pesada tarea que nos dieron.
En este escenario, donde estamos confinadas a la convivencia obligada de 24/7, repensar nuestra crianza ha sido un tema obligado; feministas o no, las madres nos hemos dado cuenta, que no podemos situarnos en el papel de madres dedicadas exclusivamente a atender a hijas e hijos; sino que nos enfrentamos a niñas, niños y adolescentes que necesitan más que una pantalla para enfrentarse a la vida.
Ser madre en esta época es una locura y ser madre feminista lo es todavía más; empezando por las clases virtuales, que son tremendamente conflictivas, porque estamos enfrentamos a niñas y niños desde sus primeros años, a la idea de adquirir conocimiento detrás de una computadora o televisión; ya no ven a una maestra o maestro como el canal de conocimiento, sino a una pantalla, como a cualquier youtuber, que igual puede hablar de videojuegos o geografía.
Esta situación nos obliga como madres a efectuar también el trabajo de maestra; ante lo que la sociedad entera nos saltó encima, para juzgarnos por el cansancio que esto nos provoca. La razón que la sociedad dio para validar la desaprobación de nuestro agotamiento es que: “no se había valorado a las y los maestros, hasta que nosotras tuvimos que hacernos cargo de la educación de nuestras hijas e hijos, y entonces nos dimos cuenta de lo difícil que es para maestras y maestros este trabajo”. Esta aseveración no es cierta, ya que no tratamos de depreciar la labor de las y los maestros, sino que en realidad a quienes no se ha valorado nunca es a las madres.
Profesoras y profesores, es cierto, tienen un valiosísimo trabajo, jamás negaremos que se enfrentan a grupos de hasta 40 alumnas y alumnos, muchas veces en condiciones paupérrimas; mientras que nosotras únicamente a nuestras hijas e hijos; pero se les olvida que mientras que para ellos este si representa un trabajo con pago, para nosotras no. Además del trabajo por el que obtenemos un sueldo, debemos cubrir, por lo menos, otros tres, entre ellos el de maestras de nuestras crías, sin recibir ninguna remuneración económica por ello.
El problema es que lo que para otros si representa un esfuerzo, digno de la obtención de un beneficio económico, para nosotras es una obligación de la que ni siquiera podemos sentirnos cansadas; además del trabajo del hogar, que de nuevo recayó en nosotras, y el trabajo de ser mamás que por siglos ha sido sólo nuestro. Y todavía agradecer el trabajo pagado que tenemos y cumplirlo en silencio.
Con todo esto, seguimos sobreviviendo en un encierro que va de lo obligado a lo coherente, dependiendo el color de semáforo en nuestro estado; abren bares, restaurantes, centros nocturnos, negocios diversos, etc. Pero para las infancias sigue siendo lo mismo, porque parece ser que es menos peligroso un bar, donde la gente come del mismo plato de botanas, que un parque donde niñas y niños pueden correr y dejar descansar un rato a las madres que llevan ocho meses encerradas con sus crías.
Frente a esta y otras situaciones que nos imposibilitan el desarrollo de actividades para cubrir las necesidades de socialización de nuestras hijos e hijos, así como para poder sobrellevar esta tremenda carga que la sociedad ha depositado en nosotras, necesitamos asumir, en primera instancia, una maternidad feminista, ya que no podemos seguir pensando en dar algo que no hemos primero interiorizado para nosotras mismas.
En este sentido, la crianza feminista aparece como la herramienta más poderosa que tenemos, una forma de criar que se aleje de toda estructura patriarcal y que no busque adoctrinar ni imponer, sino guiar y respetar.
Para poder comprender la forma en que funciona la crianza feminista, debemos dar un vistazo; primero, a la crianza respetuosa y la crianza con apego; no para tomar pautas irrefutables de ambas, sino para empezar a ver las otras formas de criar que parten desde el respeto y el amor, y que son totalmente ajenas al método patriarcal que por años hemos repetido generación tras generación.
Entonces, tenemos a madres que respetan profundamente a sus hijos y les demuestran su amor con la convivencia y la cercanía; ambas crianzas, evidentemente han sido revolucionarias, y puedo asegurar que las niñas y niños criados en senos familiares que partan de cualquiera o de ambas concepciones, serán adultas y adultos, no sólo funcionales, sino emocionalmente más sanos que quienes les precedemos.
Sin embargo, ambos estilos de crianza están enfocados en las infancias, en dar a nuestras hijas e hijos respeto y amor teniendo entonces a madres que, en medio de la pandemia se siguen dando a sí mismas en pro de beneficiar a sus crías; por lo que, desde una óptica feminista, debemos reformular la construcción de nuestra crianza.
Y entonces viene el primer conflicto, ya que, si asumirse como feminista es duro, asumirse como madre feminista es doblemente duro; porque no sólo nos enfrentamos al cuestionamiento social de nuestro posicionamiento y decisiones; sino que al ser madres feministas nos enfrentamos al mismo cuestionamiento social, y le añadimos el cuestionamiento feminista de la opresión que representa la maternidad, y si nos atrevemos a ser madres de niños, el cuestionamiento es más crudo y directo.
En este contexto, nos enfrentamos a opiniones y artículos que, bajo el argumento de ser críticos y desde una perspectiva más allá de lo radical, nos colocaron a las madres de niños como las más alienadas de la historia de las mujeres, y a nuestros críos como los verdugos más crueles y despiadados. Recuerdo con tristeza los textos, y recuerdo con más tristeza que lograron en muchas mujeres reacciones desde la indignación, hasta la angustia.
Si la intención de estas opiniones, era que se realizara un exhaustivo análisis e introspección de nuestro actuar como feministas y como madres, el objetivo fue cumplido; muchas mujeres madres y feministas, empezamos a organizarnos alrededor de la creación de espacios, donde tuvieran cabida nuestras experiencias y vivencias; personalmente inicié una investigación alrededor de la crianza feminista, y todos los cuestionamientos surgidos de estas reflexiones se enfocaron en la maternidad construida a través del feminismo.
Pensar en la concepción de una maternidad feminista, como forma de resistencia al golpe patriarcal que la pandemia ha representado para las madres, nos coloca en la posición idónea para entender que la única forma posible de criar en el feminismo es siendo una madre que se piensa y se reflexiona en este.
Debemos entendernos desde nuestras carencias, es decir, desde lo que no podemos hacer, tomando en cuenta nuestros medios, el tiempo del que disponemos, nuestro trabajo, nuestros proyectos personales, etc.; no para exigirnos subsanar estas situaciones, sino para enfocarnos en lo que hacemos y podemos; y de ese reconocimiento de nuestros esfuerzos, viene el entender que por más que intenten minimizarlos; todos ellos son importantes, son valiosos, y merecen que nosotras mismas entendamos la labor titánica, que día con día la sociedad entera se empeña en dejar en nuestras espaldas.
Una maternidad feminista, es una maternidad consciente de que no somos perfectas, de que nos cansamos, que no somos el dechado de virtudes y bondades que nos quieren hacer creer que somos; que tenemos límites, como todo humano: de tolerancia, de estrés, de frustración, de cansancio; que explotamos, que no sabemos todo, que no cocinamos bien, que amanecemos de buen o mal humor, y que todo es normal; que somos igual a cualquier otra mujer, con la única diferencia de que somos madres, y ser madre no nos convierte en seres más buenos, bondadosos y nobles; sino que únicamente nos sitúa en otra perspectiva, pero siempre de manera horizontal, en otras palabras en humanizar la maternidad y alejarla del concepto romántico al que estamos acostumbradas.
Aceptar una maternidad feminista no es sencillo, significa desaprender todo lo que por años hemos aprendido; desde jugar con muñecas hasta las influencers que nos vienen a decir la manera correcta de ser madres. No podemos permitir que las opiniones sobre nuestra forma de enfrentar y vivir la maternidad tengan eco en nuestro ejercicio de crianza.
El eliminar estos prejuicios, representa la parte más complicada; porque frente a un mundo que se empeña, día con día, en mostrarnos nuevos íconos de madres que cumplen los estereotipos que se quieren seguir perpetuando; ejercer un maternidad feminista es un símbolo de resistencia.
Y ahí reside la importancia de una maternidad feminista, en responder a todas esas exigencias patriarcales con la claridad de que hacerlo de manera diferente, también es correcto, y que frente a cualquier intento de reclamo a nuestro cansancio, tenemos al feminismo, que nos ayuda a comprender que maternar, en este mundo patriarcal, es revolucionario.
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